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lunes, 19 de febrero de 2018

Un anarquista en el fin del mundo: Los náufragos del Jonathan

la conclusión de Los náufragos posee una fuerza inolvidable. En El ácrata, el Kaw-djer acaba aceptando plenamente su papel de líder de los colonos, y la novela concluye con la jubilosa inauguración del faro en el cabo de Hornos. Michel hace que el Kaw-djer renuncie a su jefatura cuando el gobierno chileno acaba imponiendo su «protectorado» sobre ese pequeño estado que tanta violencia ha conocido en su breve existencia, a cambio de la cesión personal de la misma isla de Hornos. Y allí marcha, sin despedirse de nadie, rumiando su fracaso, que Michel traduce de forma imborrable: «El libertario había dado órdenes, el igualitario había juzgado a sus semejantes, el pacífico había hecho la guerra, el filósofo altruista había diezmado a la muchedumbre y su horror por la sangre vertida no había conducido más que a derramar aún más». Consumido por el desengaño, el noble exiliado decide concluir sus días encerrado en el faro de Hornos, dando por tanto un último y desinteresado servicio a sus semejantes, pero sin querer saber nada de ellos, y no en vano esto lo simboliza la destrucción de la chalupa que lo lleva a la isla. La última imagen de la novela, puro Julio Verne también, sitúa al Kaw-djer en pie «como una altiva columna en la cima del arrecife», inescrutable, también orgullosamente dueño de su destino, como Nemo, como Hatteras, contemplando el mar sin fin que es metáfora de todos ellos, «lejos de todos, útil a todos, [donde] iba a vivir libre, solo; para siempre»

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